Las aplicaciones de rastreo de Covid-19: ¿fracaso a la vista?

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A falta de vacunas y tratamientos más efectivos, el empleo de la tecnología, el uso de mascarillas y las medidas de confinamiento se han revelado como los únicos escudos seguros contra el coronavirus Covid-19. De las propuestas más innovadoras, las aplicaciones de rastreo de contagio han sido las que más han llamado la atención por su aparente efectividad. La proliferación de iniciativas público-privadas, las peleas en Europa para decantarse por un modelo u otro y las dudas que despiertan en la privacidad han satanizado a las herramientas.

Cuando la pandemia echaba a rodar, el mundo, enmudecido, se asombró ante las estrategias adoptadas por países como Singapur o Corea del Sur. Fueron pioneras en el empleo de aplicaciones de rastreo. Había un voto de confianza. Pero también había un problema adicional: estas herramientas de trazabilidad, por sí solas, no sirven de nada; requieren del respaldo de la ciudadanía. Hay estudios que apuntan a que para que estas «vacunas» digitales tengan efectividad deben utilizarse por un 60% de la población.

España hará una prueba piloto en las próximas semanas en La Gomera (Canarias) una «app» de rastreo de exposición del coronavirus basada en el protocolo diseñado por Apple y Google. La herramienta, que no es obligatoria ni accede a la geolocalización de los usuarios, emplea la tecnología inalámbrica Bluetooth, presente en los teléfonos móviles, para mandar alertas de posibles personas contagiadas. El proyecto, que ha sido apoyado por 22 países, es interoperable entre territorios y sistemas operativos, con lo que el enfoque es evidente: preparado para el turismo y la apertura de fronteras.

La canalización y centralización de esta iniciativa ha estado dirigida por dos empresas aparentemente rivales como Apple y Google, que han prestado su tecnología que las autoridades sanitarias que lo deseen puedan utilizar su API -software de creación de servicios digitales- para poder integrar sus propias herramientas de notificación de exposición al virus. Otros países han decidido hacer la guerra por su cuenta con el desarrollo de sus propias aplicaciones. En Europa, en su mayoría no se han puesto todavía en marcha. Algunas regiones que han ido por libre o bien las han cancelado o bien no han logrado el efecto esperado. El recelo hacia el respecto de la privacidad han limitado su introducción en los países.

Volantazo de Reino Unido

Aunque con menor o peor acierto. Italia ha llevado proyectos pilotos. En Singapur, que fue pionero en este tipo de herramientas, ha funcionado razonablemente bien, aunque al igual que en Corea del Sur también han tenido que realizar medidas de confinamiento. Reino Unido, que en un primer momento decidió crear un desarrollo propio y lo probó en la Isla de Wight, ha tenido que parar su proyecto y reconsiderar la iniciativa de las dos tecnológicas. Noruega ha sido uno de los que ha tirado la toalla. Esta semana el Instituto Noruego de Salud Pública anunció que abandona el proyecto de recopilación de datos a través de la «app» de rastreo llamada Smittestopp.

El proyecto, que ha costado unos 229.000 euros, ha tenido una buena respuesta entre los ciudadanos. Se estiman más de 1,5 millones de descargas. Pero incluía una particularidad que no ha gustado del todo a la autoridad reguladora en materia de protección de datos noruega, el acceso al sistema GPS. Una tecnología que permite monitorizar en tiempo real los movimientos de los ciudadanos. Una supuesta invasión a la intimidad de las personas.

El lanzamiento de la nueva aplicación de rastreo de contagios de Alemania para enfrentarse al coronavirus ha provocado, por su parte, críticas por parte del comisionado de protección de datos del país. El Gobierno alemán ha creado una aplicación con un sistema de geolocalización voluntaria que permitirá rastrear personas que puedan haber estado en contacto con un caso confirmado del nuevo coronavirus, aunque apuesta por una «solución interoperativa europea». El uso de la aplicación, que utiliza Bluetooth, responde a «una decisión totalmente voluntaria» del ciudadano, que decide si se la quiere bajar, si la quiere activar e incluso si la activa, si quiere facilitar sus datos en caso de confirmación de contagio.

El nivel de penetración de este tipo de soluciones digitales está en centro del debate. Kuwait y Bahrein, en el Golfo Pérsico, han lanzado, por su parte, algunas de las aplicaciones de rastreo de contactos Covid-19 más invasivas del mundo, poniendo en riesgo la privacidad y seguridad de sus usuarios, según denuncia Amnistía Internacional. El grupo de derechos descubrió que las herramientas estaban llevando a cabo un seguimiento en tiempo real de la ubicación de los usuarios mediante el acceso al GPS desde un servidor central. (ABC)

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