Gabriel Chávez Casazola: “Cuando muere una lengua, muere un mundo”

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Cada uno es un mundo, un idioma, una mirada. Y cuando uno se extingue, también desaparece una visión única. La poesía es, entonces, aquello que hace posible la integración de esas miradas para tomarlas y depositarlas en lo que luego devendrá en la memoria cultural.

Lo entiende de ese modo el poeta, periodista y curador boliviano Gabriel Chávez Casazola, referente de la literatura contemporánea latinoamericana, en un mano a mano virtual con su colega Harold Alva, a través de una entrevista que fue transmitida por la página de Facebook de Lima Lee.

“Cuando muere una lengua, muere un mundo”, pinceleó el chuquisaqueño, como conclusión nostálgica, al establecer como paralelo a aquello que sucede con los pueblos originarios. “Es triste cuando en un país como Bolivia, que tiene muchos pueblos indígenas pequeños en el oriente, o en otros países con este rasgo, te enteras de que hubo un pueblo indígena que tiene uno o dos hablantes y muere uno. Llega al séptimo peldaño de la clasificación de las lenguas cuando se va a extinguir”.

Chávez, autor de libros como “Escalera de Mano” (2003), y “El agua iluminada” (2010), forma parte de la Colección de Poesía Iberoamericana y del Programa Lima Lee. Su obra “Hoja de vida” ha sido publicada por la Municipalidad de Lima. En este contexto, el poeta cerró ayer el ciclo de diálogos en vivo.

En ese espacio de entrevista, que se extendió por más de una hora con un público selecto que siguió la transmisión de forma constante, el boliviano aprovechó para recordar que en lugar de “inventar historias”, las cuenta y canta. Y, para hacerlo, escoge lo cotidiano, aquello que “puede estar en el pan, la cocina o el jardín”.

Y relacionó lo doméstico con una constante: la muerte, ese concepto que parece haber tomado mayor fuerza en estos tiempos. “Cuando uno es más joven espera que ocurra el milagro. Va buscando prodigios. Para mí, los prodigios están en lo cotidiano. También creo que hay una constante y esta tiene que ver con la muerte. De algún modo, los seres humanos le tememos. Es una presencia que se encuentra ahí y que en algún momento va a tocarnos. En esta época, en particular, creo que ese temor y la incertidumbre relacionada con él hacen que la mayor parte de los seres humanos se haya vuelto a ocupar de ella. Algunos poetas, probablemente por nuestra manera de sentir, nos ocupamos de ella. La poesía puede no ofrecer respuestas, no le toca, pero sí puede ayudar a hacernos preguntas acerca de la muerte y de la vida”.

Habló del río del olvido, que es el río de la muerte, y de la capacidad del poeta de salvar lo relevante y convertirlo en memoria. “El ser humano tiene el impulso sano de olvidar, pero hay cosas que no habría que olvidar. Es lo que rescato del río de olvido, de la muerte. El poeta está haciendo un oficio aparentemente inútil en el sentido utilitario, pasando tiempo jugando con las palabras. Resulta que eso había sido relevante. Parece que la poesía tiene alguna relevancia para el espíritu humano”.

Reivindicó a las poetisas de la historia nacional. Mencionó, en el camino, a María Josefa Mujía, del siglo XIX. Resaltó que la sucrense, sin vista, se dedicó al estilo romántico mediante el que plasmó “acentos propios provenientes de su condición natural”.

Este mes, también Colombia y Argentina publicaron trabajos del escritor boliviano: “Cámara de niebla” fue compartida por una editorial cafetalera, mientras que “Flor del espinillo Colección” fue lanzada por la Fundación Cultural Esteros. Este último volumen fue compartido con la uruguaya Mariella Nigro. (Opinión.bo)

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