Los secretos de la larga vida de los árboles milenarios
Un crecimiento lento, una gran capacidad de regeneración y mucha tolerancia y resiliencia ante el estrés ambiental son los factores clave que explican la longevidad extrema de los árboles milenarios de todo el mundo. Así lo constata un artículo publicado en la revista Trends in Plant Science por el catedrático Sergi Munné Bosch, de la Facultad de Biología y del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona (IRBio) (Catalunya, España).
Matusalén, un ejemplar de Pinus longaeva de más de 5.000 años, se encuentra en el Bosque Nacional de Inyo (Estados Unidos) y es considerado el árbol más antiguo de todo el planeta. En Irán, el ciprés de Abarkuh (sarver-e Abarkuh, en persa) es un ejemplar venerado de la especie Cupressus sempervirens que supera los 4.000 años de vida. También son unos grandes gigantes de la supervivencia el olivo de Vouves —el ejemplar milenario más emblemático de la especie Olea europaea, en Creta—; el castaño de los Cien Caballos, en Sicilia; el cedro Jomon Sugi de la isla Yakushima, en Japón, y la conífera Te Matua Ngahere (‘Padre del Bosque’, en maorí) en Nueva Zelanda.
Estos supervivientes milenarios de bosques ancestrales de todo el planeta «son un excelente modelo de tolerancia y de resiliencia al estrés», comenta Sergi Munné-Bosch, catedrático del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales. «En concreto —precisa—, se consideran una excepción dentro de las respectivas especies a escala poblacional y son modelos que nos ayudan a comprender mejor la importancia de la variabilidad interindividual en los procesos adaptativos».
En el mundo vegetal, una gran resiliencia y tolerancia al estrés (temperaturas extremas, falta de nutrientes, sequía, etc.) siempre van ligadas a crecimientos más lentos, mayor capacidad de regeneración y más longevidad. En el caso de los árboles más antiguos del planeta, esta respuesta ecofisiológica tan eficiente ante factores externos se suma a un patrón de crecimiento modular y una gran capacidad para regenerarse y mantener estructuras durmientes —como las yemas— que pueden reiniciar el crecimiento vegetal durante el ciclo vital del espécimen.
Los ciclos de crecimiento modular de los árboles milenarios se sostienen alrededor del tronco, «y ello les confiere una mayor robustez y capacidad de sobrevivir durante más tiempo», apunta Munné Bosch. «El tronco —añade— está formado por más de un 99 % de tejidos muertos, y el xilema (un conjunto de vasos del tejido vascular) también está completamente muerto. Los tejidos vivos que conforman el floema (vaso conductor de la savia elaborada) y el cámbium vascular se encuentran muy protegidos por la corteza del árbol».
Las herbáceas y los arbustos también son plantas perennes que pueden ser muy longevas. Con más de trescientos años, la Borderea pyrenaica —una planta endémica de los Pirineos— es la herbácea con la mayor longevidad descrita hasta ahora. Como estrategia de supervivencia, esta fanerógama terrestre sostiene sus periodos de crecimiento cíclicos sobre un tubérculo.
La gran capacidad de las plantas perennes para sobrevivir en la naturaleza es un referente científico para estudiar los mecanismos relacionados con la longevidad y la senescencia. En concreto, la senescencia es un proceso de muerte celular programada que tiene una función biológica en el mundo vegetal (eliminar componentes celulares, movilizar nutrientes en la planta, etc.).
En las plantas perennes de vida más larga, la senescencia fisiológica podría ocurrir, pero dicho fenómeno no se ha observado en el medio natural. En este caso, la longevidad potencial es tan extraordinaria, que la planta suele morir debido a factores externos mucho antes de que se pueda observar cualquier declive fisiológico asociado al envejecimiento (senescencia negligible).
«Esto es muy fácil de entender en el caso de los árboles milenarios. La probabilidad de morir de cualquier organismo —por muy tolerante y resiliente que sea al estrés— aumenta con el tiempo. Por cuestiones de azar, es realmente muy difícil que algún organismo pueda sobrevivir tantos años a diferentes amenazas externas», aclara Munné Bosch.
Con el paso del tiempo, las limitaciones estructurales son la principal causa del declive funcional de las especies vegetales más longevas. «Un árbol podrá alcanzar su altura máxima en función de su genoma y de las condiciones ambientales de su hábitat natural. Posteriormente, podrá ir alargando su longevidad mediante nuevas ramificaciones y generando nuevas ramas cuando sufra daños. Pero todo eso tiene un límite. Cuando el tejido vascular que conecta las raíces con la parte aérea (xilema) o las fuentes de fotoasimilados con sus sumideros (floema) sufran un daño bastante grande, la planta finalmente morirá», concluye el investigador. (Fuente: U. Barcelona)