Casi dos millones de refugiados han regresado ya a Ucrania
La situación actual de la estación de tren de Przemysl, en la frontera entre Polonia y Ucrania, no tiene nada que ver con la de hace dos meses. El coqueto recibidor de este edificio del siglo XIX, que se convirtió en el principal punto de entrada para los ucranianos que buscaban refugio en la Unión Europea tras la invasión rusa, ya no está tomado por decenas de ONG ofreciendo todo tipo de ayuda y periodistas retransmitiendo en directo desde cada esquina. Los pasillos tampoco están abarrotados de gente durmiendo en el suelo. Salvo por un puesto informativo, una mesa en la que se ofrecen tarjetas de teléfono móvil gratuitas y algunos voluntarios con petos amarillos que ayudan con las maletas, la última estación polaca en la línea que une a ese país con Ucrania parece ahora un lugar cualquiera.
Eso sí, el flujo de viajeros sigue siendo muy elevado. Lo que ha cambiado es el sentido de su trayecto. Si antes los trenes llegaban abarrotados de Ucrania y volvían vacíos a Leópolis o Kiev, ahora es al revés: las interminables colas para pasar el control de inmigración se dan en el andén número cinco para subir al tren 716, que recorre en algo más de doce horas los 650 kilómetros que separan Przemysl de la capital ucraniana. A bordo viajan sobre todo mujeres y niños, los mismos que en marzo huyeron de la ofensiva ordenada por Vladímir Putin.
Kiev, asegurado
Según datos oficiales confirmados a este diario por el Gobierno ucraniano, casi dos millones de refugiados han regresado ya a su patria, en torno a un tercio de quienes la abandonaron. Natasha es una de ellos. «Nuestros militares han logrado repeler el ataque ruso y asegurar Kiev. La guerra se concentra de nuevo en el este –donde ya estalló en 2014–, así que volvemos para reunirnos con nuestra familia y tratar de retomar nuestras vidas», cuenta mientras hace malabarismos para empujar una maleta gigante sin dejar en el suelo a su hijo de dos años, que ha caído rendido de sueño en su hombro. «Mi marido estuvo en las Fuerzas Territoriales, pero ahora ha regresado y nosotros también», añade.
Como tantos otros, Natasha nunca quiso abandonar Ucrania durante mucho tiempo. Y por eso se quedó en una pequeña localidad polaca cercana a la frontera. Sin embargo, a su alrededor hay refugiados que llegan con documentos de media docena de países europeos, donde podrían residir y trabajar legalmente hasta tres años. Sus experiencias son variadas. Yulia, por ejemplo, está muy agradecida a las autoridades de Alemania, un país que ha acogido a 700.000 compatriotas –el 40%, menores–. «Nos han ofrecido todo lo necesario y nos hemos sentido queridos», afirma. A su lado, otra mujer procedente de Austria asiente con la cabeza. «Europa ha estado a la altura», comenta con la ayuda del inglés de su hija adolescente.
Ciertas críticas
Aunque evita lanzar críticas directas, la experiencia de Olena en España, que acoge a unos cien mil ucranianos, no ha sido tan positiva. «Creo que todo el proceso podría estar mejor organizado, porque nos han enviado de un sitio para otro y nos ofrecían siempre muy poca información. Quienes tienen familiares o conocidos están mejor, pero para el resto quizá España no sea el destino más amable. La incertidumbre provoca mucha tensión y sin hablar español es muy difícil bandearse y ganar algo de dinero», cuenta. A pesar de todo, frente al caos administrativo ella prefiere destacar el carácter «cariñoso» de los españoles.
Ante la creciente demanda de retornados, que el Gobierno ucraniano cifra en torno a 30.000 diarios, el número de servicios ferroviarios aumenta. Incluso se ofrece un tren directo desde Przemysl a Járkov, la última gran ciudad liberada por las fuerzas ucranianas. «Quienes no lo han perdido todo, aquellos que aún tienen su casa en pie y pueden obtener ingresos, prefieren regresar porque tienen allí su vida. Influye mucho también que Ucrania haya prohibido la salida de los hombres, porque ese es un gran incentivo para que las mujeres vuelvan. Si las familias hubiesen salido completas, la situación podría ser muy diferente», comenta una oficial polaca que pide mantenerse en el anonimato. (ABC)