Lula gastará más contra el hambre
En el supermercado Supermarket de la caótica favela Rio das Pedras, en la zona oeste de Río, un desfile de gente de baja renta mira con lupa cada etiqueta de precios. Paloma, madre de 29 años, lleva el carro lleno de las compras para todo el mes, sobre todo arroz, frijoles y leche. “Me llevo pollo en vez de carne”, dice.
Trabaja en la acomodada zona sur como asistenta doméstica y cobra aproximadamente el salario minino, de 1.200 reales (240 euros) al mes. La subida de los alimentos –entre el 30% y el 50% en dos años– han diezmado su poder adquisitivo. “En comida gasto un 60% de mi salario. Hace tres años era un 30%”, dice. “Menos mal que he pagado la hipoteca de mi casa”. Al menos, Rio das Pedras, un conjunto de bloques destartalados de tres o cuatro pisos construidos de manera ilegal por las milicias paramilitares que controlan el barrio, es asequible.
Otros barrios en Río no tienen ni infraviviendas ilegales. En la zona sur, debajo de la enorme favela de Rocinha, las aceras del elegante distrito de Gávea se convierten por la noche en dormitorios para cientos de indigentes. Se abrigan del insólito frio primaveral con sábanas sucias: “Necesito un jersey”, responde una, de unos 50 años, negra, por supuesto, sentada delante de la oficina del Banco Santander. En una panadería del colindante Jardim Botánico, dos jóvenes negros se acercan a los comensales y espetan: “ ¡Fome! (hambre)”.
El número de brasileños sin ingresos suficientes para comer todos los días subió del 30% en el 2019 al 39% en el 2021.
Más de 33 millones de brasileños padecen hambre de forma repetida. Diez millones se han incorporado en el último año a las filas de la pobreza, menos de tres euros al día. Ya son 63 millones de pobres.
“Por primera vez la inseguridad alimentaria en Brasil supera la media mundial”, dice el economista Marcelo Neri, del instituto FGV. Los 17 millones de brasileños en favelas –1,4 millón de ellos en Río de Janeiro– son los que más sufren.
La extrema desigualdad de Río se comprueba a la salida de la favela, conectada ilegalmente a la red eléctrica con nudos laberínticos de cables eléctricos. Lo primero que se ve es el concesionario de Porsche. Más abajo, en primera línea de la playa de Barra, está el inmueble de Jair Bolsonaro y su mujer, Michelle, evangelista que patrocina campañas caritativas.
El hambre discrimina de manera brutal a las mujeres. Según Neri, el 47% de las brasileñas sufre una grave inseguridad alimentaria frente al 26% de los hombres. Queda claro: las madres pasan hambre para dejar comer a sus niños.
La fundación Oswaldo Cruz, en São Paulo, afirma que desde hacía 14 años no había tantos bebés ingresados en hospitales por desnutrición. Una de cada tres familias con niños menores de diez años sufre hambre. Es una cifra chocante en el principal exportador de alimentos básicos del mundo.
Por todo esto, el equipo de transición del presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva ya prepara medidas de emergencia.
“Nuestro compromiso más urgente es acabar otra vez con el hambre”, dijo el veterano líder del Partido de los Trabajadores (PT) tras la estrecha victoria del pasado domingo frente a Jair Bolsonaro.
En primer lugar, se mantendrá el programa de subsidios a familias pobres –600 reales mensuales por familia– que Bolsonaro adoptó de forma oportunista durante la campaña electoral. A esto, Lula añade 150 reales por niño para reducir la presión sobre las mujeres. El salario mínimo se quiere subir un 7,4% hasta los 1.300 reales (260 euros).
Además, Lula pretende aliviar a más del 90% de la población que cobra menos de mil euros al mes con una exención fiscal total.