La gastronomía boliviana como pilar de la economía creativa surge con fuerza

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La gastronomía nacional viene ganando desde hace un tiempo visibilidad internacional. La presencia en La Paz del conocido chef danés Claus Meyer, del emblemático restaurante Noma de Copenhague, y la fundación de su escuela de jóvenes cocineros Manq´a. El emprendimiento del cineasta de Hollywood Steven Soderbergh con las bodegas tarijeñas de Casa Real con el Singani 63. El reconocimiento de la misma bebida por el Departamento de Comercio de EEUU por su particularidad. La atención que le ha puesto la docuserie de Netflix, “Street Food”, a la comida callejera nacional, dedicándole un capítulo, y el paso de influencers en el país, como el español Javier Peña, son alguno de los ejemplos que evidencian una mirada y reconocimiento de un potencial en la comida boliviana.

A estas percepciones internacionales, se suman esfuerzos nacionales, como el intento de crear un clúster creativo a partir de iniciativas de la Cámara de Comercio de Cochabamba y la Fundación Novus; la creación del Movimiento de Integración Gastronómica (MIGA); y la aparición de restaurantes de alta cocina, respaldad con el boom de escuelas gastronómicas.

Todo este movimiento ha sido y está siendo seguido de cerca por el atleta y gestor Fadrique Iglesias. El exatleta, además de su formación en desarrollo económico local en EEUU,  fue consultor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante cinco años, en los que se gestó el movimiento de la Economía Naranja. En 2017 colaboró con funcionarios de la Alcaldía para que postulen a Cochabamba como parte de la Red de Ciudades Creativas de la Unesco, reconocimiento que llegó, pero no tuvo continuidad por los “conocidos temas de falta de transparencia y debilidad institucional”.

Para Fadrique esta atención e infinidad de posibilidades de potenciamiento que despierta la comida boliviana radica en su diversidad y amalgama de culturas “que se mezclan en los sabores”, algo característico de toda la región latinoamericana. “En general, la cultura de América Latina tiene ese gran atractivo de puente entre las expresiones vernáculas, las tradiciones de occidente y la mixtura contemporánea, con la sazón global/local de este siglo”. Señala como emprendimientos modélicos la cooperativa El Ceibo, la iniciativa Desarrollo Territorial, a la cabeza de Claudia Ranaboldo y las rutas del vino de Tarija.

AÚN HAY UN LARGO CAMINO POR RECORRER A pesar de la evidente notoriedad de la gastronomía nacional como pilar de economía creativa, aún faltan muchos caminos para institucionalizar y encaminar proyectos que materialicen la noción. Fadrique alerta que en el país se tienen pocos datos y estimaciones cuantitativas acerca de la contribución de la cultura y la creatividad en la economía.

Apunta que si bien es importante que exista una estructura burocrática, que faciliten mecanismos fiscales que ayuden a que el sector privado y sociedad civil lideren esfuerzos, ve más importante socializar la importancia de la economía creativa en la generación de valor económico/social y la generación de empleo e innovación con los actores culturales, políticos, consumidores y productores.

“Pienso que se debe entender el sector creativo en un sentido amplio y a partir de ello colaborar con los distintos sectores. La creatividad se manifiesta en lo intangible y el patrimonio, las artes escénicas, etcétera, pero también en la economía digital, las creaciones funcionales y software; la gastronomía y hasta en la actividad física y el entretenimiento. Cuanto más abonado esté ese ecosistema creativo, más posibilidades de que emerjan los llamados ‘spillover effects’ o los rebalses e intercambios entre distintos emprendimientos, creadores e inversores, no sólo en cuanto a economías de escala sino también de contagio”, analiza Iglesias. (Opinión.bo)

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