Un hombre yacía boca abajo con la frente y toda la cara pegada al asfalto, muerto. Los vecinos pasaban a su lado, lo miraban sin emoción ni curiosidad. No lejos de allí, en Saltivka, el mismo barrio de Járkiv, una mujer estaba sentada en un banco, cerca de un parque, con los brazos extendidos, como si en el instante de la explosión que destruyó el edificio de detrás hubiera querido levantarse para huir de la muerte. No lo consiguió y también ella esperaba que llegara la ambulancia con los paramédicos que iban a meterla en una bolsa de plástico con cremallera. Hubo otro muerto y 16 heridos a consecuencia de los bombardeos de ayer en esta ciudad, la más rusa de Ucrania. Otras ciudades también fueron alcanzadas. Los inocentes caen en el tablero de la ambición territorial del Kremlin.

Así está siendo la batalla del Donbass, la ofensiva rusa en un frente de 480 kilómetros que va desde Járkiv hasta Mariúpol. El ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, la llama “nueva fase”.

Su ejército dispone de unos 70.000 hombres. Algunos ya lucharon en el frente de Kyiv, otros han sido reclutados en la zona ocupada del Donbass y otros son soldados de reemplazo que se han reenganchado a cambio de un contrato de varios meses.

Ucrania no revela el tamaño de sus fuerzas de defensa, pero parece claro que son inferiores en misiles y demás artillería, pero superiores en número de hombres desplegados. Una pequeña contraofensiva al sur de Járkiv da una idea de su potencial.

El ejército ruso avanza con pies de plomo. Asegura que el lunes alcanzó un millar de objetivos, cifra que es imposible de verificar. Mientras los cohetes y la fuerza aérea imponen su lógica, varias avanzadillas terrestres tientan las posiciones ucranianas, bien atrincheradas desde hace casi una década de conflicto en el Donbass.

Rusia debería tener una fuerza terrestre mucho más numerosa para consolidar el territorio que le abre la artillería. Al no disponer de ella se abre un escenario complicado para ambos ejércitos, abocados a una destrucción lenta que alargará la guerra y encarecerá la paz.

Ucrania resiste, pero le faltan armas pesadas. Rusia bombardea las rutas de suministro desde Polonia, Eslovaquia y Rumanía.

El presidente norteamericano Joe Biden se reunió telemáticamente con sus aliados para decidir más sanciones a Rusia y más armas a Ucrania, que ahora se defiende con material poco sofisticado. Apenas dispone, por ejemplo, de misiles de medio alcance que puedan orientarse con precisión.

Aviones de combate y sistemas avanzados de defensa antiaérea es lo que necesitan los ucranianos y los que sus aliados se niegan a entregarle. Por un lado, temen la represalia de Moscú y, por otro, que estas defensas caigan en manos rusas.

La intensidad de los combates impidió abrir corredores humanitarios. Fue el tercer día sin rutas de evacuación seguras para las personas atrapadas en la línea de fuego o amenazadas por el avance de las fuerzas invasoras.

Rusia está decidida a desgajar el Donbass, a arrancarle a Ucrania su núcleo industrial. Se dispone a combatir a campo abierto y a emplear todo el poder destructivo de su ejército. Hoy lleva las de ganar, pero la apuesta es muy alta. Corre el riesgo de perder, no solo el ansiado trofeo territorial sino también la capacidad de su ejército para combatir.

La resistencia ucraniana en Mariúpol, por ejemplo, le obliga a mantener en esta ciudad asediada del mar Negro a unos 20.000 hombres, fuerza que hoy le sería de mucha utilidad más al norte, en el Donbass.

El presidente Putin considera que la guerra discurre según sus planes, pero lo cierto es que todavía no se ha apuntado ningún gran triunfo. Seguirá lanzando cohetes y dominando el cielo, pero le falta infantería y, posiblemente, un óptimo estado de ánimo entre sus hombres para cantar victoria. (La Vanguardia)

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